martes, 28 de diciembre de 2010

La magia de navidad

Comencé a escribir el día 24. Parecía un día ideal, ya que era el elegido para dejar el cigarrillo, definitivamente. No fue así. La magia sólo llegó para que se borrara lo escrito. Hice como que no me importara demasiado. El 26 retiré el resultado del chequeo. Elegí un barcito lindo a unas cuadras del departamento. Compré un atado de cigarrillos, pedí un café y me dispuse a leer los diagnósticos. ¡Que lamentable información! Calcificaciones por acá, engrosamientos por allá. Presión alta y colesterol. Por supuesto, en la primer hoja, como si fuera la primera plana de un diario, se leía: "se aconseja abandonar el tabaquismo". Abandonar el tabaco, las grasas, los fritos, los chocolates, el alcohol, los helados, etc. etc."¿Todo junto?" Pensé cuando prendía el segundo, y la frase "calcificación aortica" pasaba delante de mis ojos. Por lo demás parece que tengo calcio donde no lo tengo que tener y falta donde debe estar. Sí, yo soy de hacer esas cosas, decididamente ese protocolo era mío. En el tercer cigarrillo pagué la cuenta y encendí el cuarto caminando. Se me ocurrió la frase, "y bueh, el mal ya está hecho". ¿Y ahora que importa? Como los que hacen los estudios  no se privan de nada, agregaron: "riesgo absoluto". Hasta se animaron a escribir: "en los próximos diez años". ¡¿Quienes son, Horangel?! ¿Me pasaron el horóscopo? ¿Y si antes me pisa un camión, cómo lo van a explicar? Había un montón de hojas con cuadritos de colores, signos, abreviaturas, curvas. Eso lo deben hacer para que uno se sienta peor de lo que está. Y fue ahí que hice la cuenta y llegué a la conclusión: ¿después de los setenta, queda algo interesante por hacer? Sobre todo si uno deja el cigarrillo, los chocolates, los fritos, el alcohol, los helados, los dulces, etc. etc. etc. Pero "abandonar" me asombró. Así que yo no tenía que privarme de todo y sufrir de ausencias. ¡No señor! Tenía que abandonar. Lo que le da a uno la idea de que tiene algún poder. Y ahora me encuentro pensando si soy capaz de abandonar. Pero, reflexionando, me digo: "diez añitos, si se te da por abandonar, si no, serán menos". Y ahí ya la cosa cambia un poco.
Yo venía bien, pero hay situaciones que me ponen muy nerviosa. Una, los resultados de los estudios médicos cuando dan como dieron. Porque, ¿que le queda a uno ante la fatalidad? Dos, el idiota que esperaba me escribiera para incluirme en un grupo de deseantes fumadores me mandó la lista que había en internet, como si no me hubiera fijado en esa lista para llamarlos a ellos. Tres. mi participación en una reunión de consorcio. Si alguien quiere hacerse fuerte en la vida tiene que pasar por una reunión de consorcio. Se puede subir de tres cigarrillos por día a un atado, a la velocidad del tren bala. Hoy 28, día de los inocentes, me veo incapaz de tomar alguna decisión importante. Bah, alguna decisión, nomás.Pero, por las dudas, me fijo bien al cruzar la calle, no sea cosa que venga mi camión y yo no me de cuenta.

lunes, 20 de diciembre de 2010

Todo lo que sirve, sirve.

No me arrojé del segundo piso, como tampoco fue mi último atado de cigarrillos, pero como todos sabemos: a veces uno miente. También a veces a uno le mienten. Lo que me lleva a concluir que todos mentimos, nos. Pero también sufrimos de arranques de sinceridad. El asunto está en saber de dónde la arrancamos. Ahora mismo estoy fumando lo que creo es mi último cigarrillo. No hay más. Unos dicen que "no hay que tener tabaco en casa", lo dicen así porque son españoles. Otros que "sí hay que tener, para no fumar, sin desesperarse sabiendo que uno, por las dudas, tiene".  ¿Y entre tirarse del segundo piso y encender otro, es preferible lo segundo? Sinceramente no lo sé, porque, ¿cuánto me podría lastimar si me tirara del segundo piso? Una semanita en el hospital donde no se fuma... Sin embargo no me tienta la idea. Y empiezo a pensar que el asunto ya no pasa por fumar o no fumar, como nos dicen, si no, por tener o no tener. Y con eso una ya se cree Hamlet, con un pequeñito cambio de verbo, que es más glamoroso, ¿no?. Habría que ver si traspasando la tierra del vicio-dependencia-hábito a la tierra de la creación literaria la cuestión pasa de horrible a...culta, por ejemplo. Todavía no sé si estoy pisando ese terreno, pero el último cigarrillo ya lo apagué. Y soy absolutamente conciente de que la compu está junto a la ventana.. Del segundo piso. Pero siguiendo con mentimos-nos, nunca fue el último, el último que nombré. La médica clínica quiere que yo como chocolate pero sin decirle a la nutricionista. Y la nutricionista que fume un poquito sin decirle a la médica clínica. Resultado: fumo con el permiso de la nutricionista y como chocolate con el permiso de la clínica. Algo no funciona tampoco acá. En el centro médico los resultados del chequeo prometidos para la semana pasada no están listos, lo que también me hace pensar que me mintieron. De lo que resulta que si muero, sin los resultados a la vista, no sabré cuándo, ni de qué. Es decir que por ahora, tras el repaso de mentiras y mentirosos, la única honesta es la ventana. Podría escribir con júbilo que por fin encontré un grupo de ayuda, pero no. Me comuniqué con un tal Pablo que me pidió mis datos y quedó en llamarme. No lo hizo. Volví a llamar yo y un tal Hernán me pidió el mail para informarme. Tampoco hubo nada en mi correo. Pero no me desanimo. Aguardo con paciencia encontrar a otros semejantes, que se reúnan a conversar de lo que no pueden hacer pensando que, después de todo, la unión hace la fuerza.  Bien, como ahora no tengo cigarrillos, no hay humo, como no hay humo prendí el acondicionador de aire y, como prendí el acondicionador de aire cerré la ventana, lo que me hace sentir más tranquila. También ayuda que esté en camisón y así no se va al kiosko, por lo menos en este barrio.
Y para no irme por las ramas comienzo a darme cuenta que no es igual no poder fumar a no tener. Y como estoy de lleno en no- tener, siento que he desembarcado en la tierra de Hamlet y de Freud. Pero no todo es un lecho de rosas, no se crea que con eso basta para achicar el problema. El otro día conocí a un hombre, en un casamiento de otro, aclaro por las dudas, que mencionó: "No fumo desde hace dos meses". Es bien sabido que pronunciar esas palabras delante de un fumador provoca la famosa pregunta: "Qué bien! ¿Cómo hiciste?" Nombró otra pastillita que lleva las de ganar en el mercado de los medicamentos. (Los fumadores también preguntamos intensamente sobre estadísticas). Busqué el nombrecito en internet y ahí nomás, además de las bondades, aparecieron las controversias: presenta intensos deseos suicidas -ya empezamos mal-, pesadillas, náuseas, vómitos, constipación, etc. etc. etc. Y me dije: ¿vale la pena empezar el día con náuseas, vómitos, no ir al baño, y querer matarte de buenas a primeras sólo porque está escrito en el prospecto? Y para colmo el señor también me aclaró "igual te dan ganas de fumar, pero te da asco el cigarrillo y la mayoría deja". Evalué que por lo menos mi analista o el psicoanálisis, que a veces tiene mala prensa, es más divertido. En la última sesión conté un sueño, un sueño de una sola imagen: le practicaba sexo oral a un hombre, de una manera digamos... engolosinada. Y ella me dijo: "bueno, así que hay otras cosas para ponerse en la boca en lugar de un cigarrillo". El inconveniente es que no creo que haya cuerpo que aguante, como tampoco que las circunstancias sean siempre las más favorables y el hombre (por así decirlo) esté tan al alcance de la mano como los kioskos. Pero, tal vez, sólo sea un pequeño detalle. Aún no lo he desechado totalmente. Estoy atravesando la etapa en que: "todo lo que sirve, sirve."

lunes, 13 de diciembre de 2010

¿Y ahora?

Ahora busco grupo de gente que quiera dejar el cigarrillo. ¿Y por qué no hacer uno propio? Porque nadie de mi entorno fuma. De entre miles de páginas alentadoras en internet rescaté esta frase: "Escriba una razón para dejar de fumar". "Léala todos los días". No sólo la leía todos los días, si no que iba agregando más razones. ¿Cuál fue la primera? 1) Si sigo fumando así, no voy a conocer a mis nietos -cuando los tenga-. 2) Si sigo así, sólo él va a conocerlos. (Acá no quise entrar en detalles). 3) Él dejó de fumar. 4) ¿No te parece que 3 es suficiente para dejar de fumar? 5) Si dejo voy a respirar mejor. 6) Voy a caminar sin agitarme. 7) Dicen que la piel rejuvencece (¡Bueno, por lo menos un poco!) 8) No me levantaría pensando que dentro de dos meses voy a morir sin remedio. 9) Voy a viajar a Israel a visitar a mi hija. No quiero que me lleven presa en el aeropuerto echando humo o que me agarren de los brazos cuando, ante la abstinencia en el avión, comience a golpearme la cabeza contra la ventanilla. 10) Me resisto a hacer el rídiculo de esa manera. 11) No me gusta sufrir. Y no voy a sufrir cuando no pueda fumar porque total yo ya habré dejado. 12) Mi hija vive en un cuarto piso sin ascensor. Sería muy triste subir las escaleras una sola vez y regresar después de un viaje tan largo sin haber conocido nada. 13) ¿Para qué me hice el chequeo? 14) Las calles de Jerusalém son difíciles de caminar porque bajan y suben. Debo entrar en estado.
Luego se me ocurrieron algunas razones más banales: 15) La gente linda no fuma. 16) La gente cada vez fuma menos, ¿viste? 17) La gente de este barrio es feliz, linda, hace deportes y no fuma. Vos vivis en este barrio. Sócrates es mortal. 18) Hoy comenzaste el tratamiento de periodoncia con vistas además a un blanqueamiento dental. La gente que tiene dientes blancos no fuma ni fumó. Como todos los hombres son mortales...vos vas a tratar de conservar los dientes en buen estado. 19) Si dejás de fumar además de los dientes espléndidos te vas a recompensar con una cirujía plástica que quite "las bolsas de los ojos". 20) Es necesario dejar de escribir disparates fumando, porque esto se llama delirio. 21) Hoy no compré cigarrillos y cuando este atado se acabe, no voy a fumar más y me haré el firme propósito de no tirarme del segundo piso.
Al perro de Pavolv, ¿también le aconsejarían comer chocolate, darse un baño o salir a pasear para distraerse si no salivava? Alguien tendría que haber escrito sobre la vida de ese perro.
Mañana debo ver a Mariana. Me preguntaba si será capaz de golpearme...

Lo primero es lo primero

Así como "Galleta" era indulgente, Mariana, que también llevaba a cabo tratamientos para fumadores, era terca como una mula. Y así como pasé de fumar de dos atados a uno, y luego de veinte a quince por día, ella, ante mi flaqueza se propuso hacer que yo deje de fumar. "Yo no me rindo fácilmente", dijo. Y percibí que algo había cambiado, que ya no era yo quien quería dejar de fumar si no ella quien se había propuesto que yo abandonara el hábito. Pero por lo menos le hablaba al perro de Pavlov como si fuera un ser humano: "A usted le queda la dependencia psicológica". ¿Te parece poco?, pensé. Y agregó: "No es capaz de decirse: ¿a mi esto no me va a ganar?" También me privé de decirle que no era capaz. ¡Estaba tan segura de sí misma y entusiasmada! No quise desilusionarla. "Si le dan ganas de fumar coma un chocolate". Contesté: "No es exactamente lo que la nutricionista quiere, es más, no me dio ni un permitido". "Bueno, pero lo primero es lo primero". El caso es que si a los ocho kilos que me sobran le agregaba los cuatro que Mariana me garantizaba sumar para "tener contento al centro del placer" (así explicó señalándose un lugar incierto de la cabeza) a puro chocolate, yo iba a rodar como un mapamundi.  Sin perder el entusiasmo dijo: "Esta semana fuma sólo diez, no doce, diez, porque entre doce y diez no hay ninguna diferencia". No dije: "si, hay dos, aquí y en la China". Traté de sumarme a lo que a ella le parecía fácil, sin diferencia. ¿Que cosa, no? Las locuras que una es capaz de hacer. Ignorar que hay un más allá de aquel centro del placer en el que ella creía ciegamente, como una monja de clausura. Y debe haber sido el más allá que, después de la semana de quince cigarrillos y, uno de dieta en el que perdí cuatrocientos gramos, mi intento de diez se convirtió en un kilo y medio más y en volver irremediablemente a veinte cigarrillos diarios. Estaba claro que para mí lo "primero" no era convertirme en un mapamundi viviente. ¿Y ahora?

Si, debió ser por eso.

Decidí terminar con "Galleta" y continuar el tratamiento con la médica clínica, la que me había indicado el chequeo. El chequeo duró toda una mañana en la que atravesé distintas puertas de consultorios con una planilla en mano que me entregaron al comienzo. Nadie avisaba que había detrás de cada puerta, pero la imágen era la misma: señor de guardapolvo, camilla, y una pantalla en donde quedaría plasmada la vida que yo había llevado durante tantos años más el resultado de los cigarrillos fumados. Todo comenzó cuando devolví el aparato de la presión. No sé como hizo la técnica pero en un segundo visualicé en la pantalla un montón de cuadraditos como en el juego de la oca. "¿Que son esos cuadraditos rojos?", pregunté. "Las tomas de presión alta". Iba perdiendo el juego. Noventa por ciento de cuadraditos rojos. No me animé a preguntar nada más. También salté al cuadradito siguiente, es decir, las puertas detrás de la cuales, una vez acostada en la camilla, "me engelaron"  cada parte de mi cuerpo y pasaron una especie de ruedita por todos lados: abdómen, piernas, brazos, carótida (esa me preocupó fundamentalmente), esperando ver -porque de eso se trataba- qué sistema de mi corriente sanguínea estaba tapada. Un gracioso de los de guardapolvo blanco hasta se animó a hacerme el chiste estúpido: "Queremos ver si sirve para presidente". Me hcieron soplar, además, en un tubito, a fuerza de amor propio, todo el aire que conseguí meter en mis pulmones para comprobar cuánto de ellos aún servía para ejercer una respiración digna. A juzgar por mi modo de subir las escaleras no tuve esperanzas de que quedara mucho. Hacerse un chequeo equivale a ver en números que clase de vida de mierda una ha llevado, más allá de las anécdotas tristes y alegres que se acostumbra a contar a lo largo de los años a las personas: cercanas, familiares, allegados, conocidos y desconocidos. A los números que arrojan datos no se les puede mentir, justificar ni argumentar, con lágrimas en los ojos, si fumó más por esto o por aquello. O comió de más por esto y esto otro. O peor, por qué aún lo sigue haciendo. A ellos no les importa. Me dije "qué lastima". Y me lo decía sin razón alguna cuando me limpiaba con servilletas rasposas el gel que me habían vertido como a una Cleopatra contemporánea hasta dejarme totalmente plastificada.
Entre "respire y no respire, sople fuerte, otra vez, otra vez, y camine más rápido que ahora incliné la cinta" se me pasó toda la mañana. Mi idea más productiva fue pensar que debían poner toallitas de algodón mojadas en perfume en lugar de esos rollos de papel duro y poco cariñosos. La única parte no hostil fue oftalmología porque de todas formas yo ya se que no veo ni de cerca ni de lejos y que tengo cataratas. O tal vez allí me sentí mejor porque de todo lo que le pasa a mis ojos no tengo la más mínima culpa. Sí, debió ser por eso.

miércoles, 8 de diciembre de 2010

Haga una vida normal

Así dijo la técnica cuando me enseñó a usar el aparatito que me oprimiría el brazo durante veinticuatro horas a fin de medirme la presión. Si alguna vez esto le ha pasado a alguien sabrán que no es cómodo. No es cómodo tener una tela áspera oprimiéndole a una el brazo, más una goma lo suficiente gruesa y bien visible, saliendo de la tela, y enroscándose por el cuello con aspecto de ""víbora" domesticada, que luego de algunas vueltas, se continúa hasta enchufarse dentro de un instrumento negro y chismoso colgado con un arnés, alrededor de la cintura. "Cuando comience el proceso - dijo, y ya "proceso" me puso la piel de gallina- deja de hacer lo que está haciendo y se queda quieta, si no, la toma no sirve y empieza otra vez".¿Cómo puede una hacer una vida normal con eso puesto? Así comenzó el chequeo, y así comenzó mi día en plena calle: en el momento menos pensado el brazo sufría la opresión de la tela hasta un grado próximo a una explosión. Como en el juego de las estatuas -si, ya se que eso es antiguo -, la tela se inflaba, y debía quedarme quieta con el brazo colgando y la mano flojita el tiempo que durara "el proceso". Tiempo qe se hacía una eternidad por la mirada sorprendida de la gente que pasaba a mi lado y seguro, imaginaba que yo sufría de alguna tara. Paraba el colectivo y no subía, la tara-estatua se ponía en funcionamiento. Llamaba el ascensor: más tara-estatua. El tren abría sus puertas y yo, en el andén, estropeando el paso de los demás: tara-estatua. O sea que la vida normal se reducía a pensarme y verme como una tarada impedida de hacer lo que tenía pensado hacer en el momento justo en que debería estar haciéndolo pero no lo hacía. Pero eso no fue todo, debía escribir además cualquier cosa que hiciera sin estar en estado de reposo. "Si fuma lo anota", me dijo. No, si no me iba a salvar. Cada vez que escribía "fumo" me imaginaba arrodillada en un confesionario ante un cura amonestándome: "Ah, ¿fuma? trescientos padrenuestros y tres mil avemarías rezados de rodillas sobre clavos oxodados" . Está de más decir que algunos "fumo" no los anoté. Y que al contar los cigarrillos fumados decidí terminar mi relación con "Galleta". Algo no andaba bien. Las veinticuatro horas de ese "día de vida normal" iban a arrojar una presión por las nubes, encerrada en unos inmensos paréntesis que abarcaban desde: levemente alterada a alteración profunda, escrito con letra temblorosa. ¡Un robot me vigiló por dentro, despierta y dormida, grabando mis pensamientos traducidos a números! ¡Vamos! ¿Quién podría tener una presión normal después de eso? ¡No me jodan!

lunes, 6 de diciembre de 2010

Otra que no usa anteojos

"Segundo piso, consultorio veintitrés." me dijo la recepcionista. Llegué sin problemas. Habian arreglado el ascensor. "Que le pasa." Me pregunté si podrían ser un poco más amables. Yo sé que el tiempo apremia, que tienen muchos pacientes, pero "qué le pasa" no era una frase con la que yo quisiera iniciar una conversación. ¿No se dan cuenta que la respuesta la tienen ellos? ¡Que se yo que me pasa! Yo tengo una verruga molesta, pero de allí a saber qué me pasa hay mucho camino para andar. Igual le mostré la verruga. La miró de lejos, sin lupa ni otro instrumento. Otra que no usaba anteojos. La miró como una mujer que está decidiendo si va a salir a bailar o no. Bueno, eso en otra época, cuando los hombres nos hacían una seña. "Hay que sacarla, es una verruga que nació sobre una malformación de la piel". Es decir que mi verruga era una malparida. "Malformación" me sonó igual que "usted tiene antecedentes". ¿Malformación yo? "Le va a quedar la marca… por la época del año, pero... hay que sacarla... y después mandarla a analizar. Además si la deja se puede desprender sola y producirse una hemorragia...". ¡Y pensar que todo eso sucedió sin que yo me diera cuenta! Como me dijo la médica clínica, con razón, algunas enfermedades aparecen de repente, estilo bomba atómica y otras, de manera silenciosa. Empiezan chiquitas, crecen contentas, pero en realidad son una bomba de tiempo. No había duda, desde que pisé el Centro Belgrano, cuando me mudé a Núñez, comencé a transitar un campo minado. "Le voy a indicar una crema porque está muy inflamada y así después la sacamos". ¿La sacamos? ¡La sacarás vos!, pensé, yo solo voy a cerrar los ojos, a apretar los dientes y a tratar de no imaginar otros "antecedentes de malformaciones inflamadas".  "Pida turno y entréguele a las chicas esta orden de extracción para dentro de dos semanas". ¿Nadie me va a preguntar cómo me siento? ¿Si tuve otras a lo largo de mi vida? ¿Si tengo miedo? ¡Yo no digo que me pregunten cómo están mis hijos, cómo me está yendo sentimentalmente o si me gustan los perros! Pero para ella yo era solamente una verruga andante. ¡Ah! Y además inflamada. Otra vez, obediente, bajé a la recepción.

sábado, 4 de diciembre de 2010

Dia 7 por la noche

Cuando llegó la hora me encaminé hacia mi encuentro con Galleta. No sólo mi psicóloga no había dado con la pata faltante, si no que también había pateado la silla: "Y como psiquiatra no le aconsejo que siga tomando esas pastillas." me había dicho.¡Tampoco eso! Sólo me quedaba Galleta del que esperaba que sacara conejos de una galera. ¡Mi ánimo yacía en el subsuelo! Cuando me hizo pasar se acomodó esos anteojos que yo había notado antes pero en los que no quise detenerme. No se la razón por la que hoy les doy importancia. Las lentes se separaban y unían sobre la nariz y al sacárselas, como desprendiendo un broche apenas perceptible, colgaban a los costados de su cuello como si fueran trenzas. Por lo cual las trenzas iban y venían según su voluntad. Una coquetería. Al juntar las trenzas sobre sus ojos se disculpó: "Si, me acuerdo de usted, pero no encuentro la ficha". Galleta no encontraba la ficha, ni la memoria, ni el encanto con el que me antendió la vez pasada. "Como le fue?". "Baje de dos atados a uno." "Muy bien, eso me pone muy contento" dijo mirando una ficha que yo supuse de otro. "Tuve insomnio, y me comí un paquete de biscochitos de grasa". ¿Todos?" "Casi." "¿Tiene algún problema?" "¡Que si tengo un problema:  estoy haciendo lo imposible por dejar de fumar y eso me pone nerviosa y el único contento es usted!, ¿No es suficiente? Y si para colmo me pongo una bolsa de biscochos encima, ¿qué le parece?" Pero dije: "No que yo sepa." "Bueno, vamos despacio." "Yo estoy muy contento. ¿Usted no está contenta?" "No." ¡Así que hasta ahora el único contento conmigo era Galleta! "Ahora va a bajar a diez y después vamos a poner una fecha para dejar de fumar". Haciéndole ¡olé! a mi no contenta. Me aumentó la dosis del remedio denostado por mi psicóloga. Se descorchó las lentes, o eso pareció. Esto daba por finalizada la contención, y yo presentí, que entre el perro de Pavlov y yo no había ninguna diferencia. Creo que me palmeó el lomo, sonó un timbre, aunque es probable que solo haya sido una alucinación. Acto seguido me encontré afuera del consultorio con cierto exceso de salivación.¿Esto era todo? ¿Eso era hacer el tratamiento con un médico? Quedé enojada, muy enojada, enojadísima. Y seguramente con rabia. ¿Cómo se llamaría el perro de Pavlov?

Dia 7 por la mañana

Los siete primeros días como se habrá notado, no fueron fáciles, sin embargo yo me sentía casi una triunfadora. Aunque aún no lograba entender cómo sufría tanto si después de todo fumaba una cantidad que hubiera matado a cualquiera, y cómo con el transcurrir del día veinte cigarrillos podrían significar "nada". No obstante mis expectativas se vieron satisfechas al pensar que por la mañana vería a mi psicóloga y por la noche a Galleta. Ambos acontecimientos se me antojaban como encontrarle la cuarta pata a una silla, para que fuera una silla; para que tuviera el equilibrio necesario; en definitiva para que sirviese como tal. Era lo que se dice una persona esperanzada que había tomado una decisión y pensaba, que pensaba llevarla a cabo contra viento y marea. El viento comenzó a soplar ni bien comenzó la sesión. Detallé día por día mis intentos, mis descubrimientos sobre cómo fumaba, las maniobras que hacía, los artefactos que inventaba y dije sobre todo, que escribir había resultado en no fumar. Cosa que no había ocurrido hasta ahora. Al fin de cuentas, hablé de cómo todo transcurría sobre un fondo de alegría no experimentada antes. (Antes era con mi escritorio cubierto de ceniza por todos lados, y los ceniceros repletos de colillas, como si fuera la oficina de un detective privado). Esperaba que apareciera la cuarta pata que sostendría lo que a veces tambaleaba frente a tremenda empresa, o sea: yo. Pero, en fin, a veces las cosas no suceden como uno espera. Luego de los silencios acostumbrados, seguidos al recuento de cada pormenor de la batalla antitabaco, el ventarrón dijo: dijo lo peor. Lo que no hubiera deseado escuchar. "Pero usted, con todas esas cosas lo único que está haciendo es EVITAR DEJAR DE FUMAR. "¿Y yo encima le pago para que me diga estas cosas? ¿Para que borre mis ilusiones? ¡No valore mis sacrificios!" Pero, ¿qué quiere esta mujer? ¿arrojarme en los brazos de un cáncer? Y esto lo digo porque por si fuera poco a lo anterior siguió: "Vaya a un grupo porque usted sola no va a poder". O sea que yo además de evitar dejar de fumar, o sea de querer seguir fumando, me había convertido en una idiota que me hacía trampa y además, no iba a poder si estaba sola. Con una mano en el corazón: ¿cuántas personas pueden aguantar esto sin mandar a su psicóloga a la concha de la lora? O de su madre. Una, yo, le pagué como siempre y me fui. Enojada, muy enojada, enojadísima. Conmigo, con ella, con las tabacaleras, con el mundo...Ese fin de semana volvía a fumar mis dos atados de costumbre. Atados, pensaba, a mi pronta muerte.

miércoles, 1 de diciembre de 2010

Flaquezas

Me pregunté seriamente cuándo empezaron las flaquezas. ¿La noche del insomnio en que terminé comiéndome el paquete de bizcochos de grasa? Con lágrimas en los ojos. Aquella en que debí levantarme a prender un cigarrillo junto a la ventana abierta temblando de frío para no mancillar el dormitorio? Y me dije; ¿Vos te das cuenta de lo que estás haciendo? Ayer, cuando fui a consultar a la médica clínica por mi pie lastimado? (Además uno a los cincuenta y nueve años debe tener una médica clínica). Cuándo me preguntó: "¿fuma?" Y que le iba a decir... Si parecía que había corrido una maratón al subir por la escalera tres pisos después de mirar el cuadradito rojobrillante, que indica generalmente los pisos, y esta vez decía: "pp" de forma intermitente. ¿Qué sería pp? Al ratito una voz me gritó: "Por la escalera señora, despacito." No se si me cayó peor, por la escalera, el señora o el despacito. Primera vez que me hablaban como a una anciana. Será que salgo poco. Y allá fui. Hasta el primer piso la cosa no fue para tanto. En el segundo las piernas se transformaron en plomo. El pecho se me inflaba como a una gallina bataraza pèro el mío a punto de explosionar. Sin embargo yo, igual que la gallina, avanzaba con la cabeza bien alta. Y por momentos creí que sólo avanzaba la cabeza, que era realmente la cabeza digna la que tironeaba del resto del cuerpo, sobre todo cuando vi por el rabillo del ojo que un muchacho con ropa deportiva avanzaba detrás de mí. El desgraciado -no voy a ocultar que eso fue lo que pensé- saltaba los escalones de a dos. Me pasó brincando como un canguro. Y calculo que debió haber llegado veinte minutos antes. Parado en la sala de espera respiraba como un bebé recién nacido. Yo resoplaba como un elefante. Me senté en la silla más cercana y mantuve la cabeza digna, como si fueran a coronarme. El corazón me latía como si el resto de la manada de elefantes también se hubiera instalado en la sala de espera. Después, se fueron alejando, y quedaron dos o tres. En ese estado lamentable, la doctora dijo mi nombre y alla me dirijí junto con Dumbo. "¿Cuánto hace que no se realiza un chequeo? (¿diez años, cinco? pensé. Dije: hace mucho. Pero creo que no quedé bien, se ve que ella no era indulgente como Galleta. ¿Algún familiar diabético? (Veinte mil. A una prima le cortaron la pierna, a un tío el pié, mi abuelo murió encangrenado, mi papá se lo pasaba pinchandose el dedo para medir la glucosa) Mi papá, dije. "A bueno, usted debe hacerse un análisis todos los años, tiene antecedentes". ¡Tengo antecedentes! No suena bien. Mi próximo vestido sería a rayas. Con esta mujer iba a ir a prisión. Busqué una buena defensa, por las dudas. "En ningún análisis de sangre dio que fuera diabética, ni con los embarazos..." "No importa, esto se presenta de repente." "Vaya a la camilla, le voy a tomar la presión y auscultar la espalda". Dumbo y yo llegamos a la camilla e hicimos el esfuerzo de sentarnos. Me miró con la banda esa que a uno le ponen en el brazo, en sus manos. Esperó a que yo me diera cuenta sola lo que ella quería e introduje mi brazo por allí. Habíamos echo votos de silencio. Porque cuando quise decir algo me interrumpió: "Ahora no hable".. Dejé que el silencio fuera de la mano del tiempo. "Tiene presión alta, quince nueve." "Pero yo nunca tuve presión alta....ya se, también se presenta de repente." Puso el aparatito de escuchar malas noticias en la espalda. Rogué que Dumbo no respirara. "Respire con la boca abierta".... "Otra vez".  "Otra vez". Como yo no rezo, sólo miré a través de la ventana. Me dije que era una linda tarde, que había muchos árboles y pajaritos, el cielo estaba despejado..." Se sacó el aparato en silencio. Y yo lo preferí así, tenía cara de pocos amigos, si, de tener pocos amigos y ningún amante. Dumbo y yo bajamos de la camilla y fuímos hacia el escritorio ilusionados en tomarnos de las manos, -asunto realmente imposible-. Ella explicó: "La presión puede ser a veces por el exceso de peso." Lisa y llanamente la odié. Una cosa es que uno lo sepa y otra que se lo digan. Si uno lo sabe queda en uno y se puede hacer cualquier cosa con eso, postergar la dieta, decirse que no es para tanto, que es hinchazón y por eso parece más de lo que es, comprar ropa más suelta, no mirarse más al espejo. ¡Pero si se lo dicen es agresión, es como si hubiera salido en la tapa de los diarios! Ella no pareció haberme herido o no haberme herido lo suficiente. Miró el informe de la radiografía del pie que yo le había llevado. Y, sin anteojos, si, además sin usar anteojos me explicó: la artrosis no tiene cura, es...como decirlo...algo que trae la vejez. Y como si yo le hubiera pedido explicaciones siguió diciendo,algo así como que no se que cosa se gasta. Me agarré desesperadamente de allí. Y le dije a Dumbo: "ah bueno, después de todo no es que nos hayamos vuelto viejos, es que estamos gastados".

lunes, 29 de noviembre de 2010

Noche Uno

Cómo se me ocurrió que el día 1 sería esa misma noche, no lo se. A lo mejor pensaba que de no empezar ya no lo haría nunca, y sin que me diera cuenta el pacto había comenzado. Sólo faltó darnos la mano celebrando un código mafioso. Recuerdo haber preguntado en pocas palabras si él creía que iba a dar resultado. “Vamos despacio”, respondió. Debía juzgar que ir despacio garantizaba el éxito. Sin embargo me dio esperanzas. Si él lo creía… Fue mucha mi sorpresa cuando leí el nombre escrito en la receta. “Me parece que tengo”, dije. Y sí, tenía. Ya lo había tomado no recuerdo cuándo. Por la cartera se asomaban otras píldoras y una batería de chicles de nicotina de diversas marcas. También se respiraba una especie de tufillo a tabaco viejo, como si ocultara entre los bolsillos a algún anciano en miniatura, caprichoso y empecinado en oler a toscano rancio. “Pero no es lo mismo que hacer el tratamiento con un médico”, aclaró. Eso le debió dar a él una extraordinaria seguridad en lo que hacía y, un plus a mi esperanza bordeada por un halo de milagro. Sentí que me prometía uno. Y le creí, tanto como para comenzar esa misma noche, a la que llamo: “la noche una”. Aunque me acosaran los temblores como a la mujer-pájaro, que al salir del consultorio ya no estaba. Como tampoco el señor que babeaba dormido y semidesnucado en la silla de la sala de espera. Nadie. Tomé el ascensor como tocada por una varita mágica. “Pida turno para el próximo jueves”, fue lo último que le oí decir al  “Dr. Galleta”, parado al costado de la puerta, con su aire extranjero que se me antojó alemán y que sin embargo desmentía su apellido: Di Pietro. No le presté demasiada atención ya que allí nada encajaba. Al fin y al cabo me encontraba contorsionándome con dificultad ante una estrecha puerta franqueada por el sereno que me miraba con indulgencia, y diciendo, ante mi perplejidad por la cortina metálica baja de lado a lado: “igual puede salir”. ¿Y por qué no iba a poder salir? No pensé que me hubieran secuestrado, a menos que eso formara parte del tratamiento para dejar de fumar, y a pesar de que los pacientes (raros los pacientes…)  daban la impresión de haberse desvanecido, igual que las empleadas. Nadie más estaba allí. Sólo Galleta, el portero y yo, luchando por no enganchar un taco en alguna punta metálica de la delgada puertita de ese lugar llamado Centro Médico Belgrano, ubicado en el barrio de Nuñez.


Hacer uso del honor a la verdad fue un firme propósito desde el principio. Nada de restar diez o más cigarrillos a los que fumo. Y si el médico creía que yo estaba loca que lo creyera porque de eso, al menos, estaba segura. Claro que es bastante humano adornar las cosas para que no suenen demasiado terribles. ¿Por qué le habré dicho que mi padre, mis abuelos y mi hermana –todos ya muertos-  también fumaban? Crecí dentro de una estela de humo. Eso fue lo que dije. Y era cierto, menos mi madre todos exhalaban un aire blancuzco de la noche a la mañana. Y no es que creyera en eso como la causa de mi adicción al tabaco. Pero me debe haber sonado por lo menos lindo como un cuento. Poco faltó para que me imaginara a mi misma como a Campanita flotando en una nube blanconicotinada. Sin culpa, con inocencia,… que se yo. Fue como darle un toque mágico a lo que parecía desde el principio demasiado dramático. Duró poco. Duró hasta que explicó por qué no debía fumar en la habitación: “las partículas que subieron bajan durante la noche y se depositan sobre la cama, las almohadas, y las colchas, y así usted fuma dos veces, o mejor dicho fuma toda la noche”, explicó. O sea que yo, entre los cigarrillos fumados en estado de vigilia, esas partículas depositadas bajo mi propia responsabilidad en el escaso aire del dormitorio y las arrojadas por mis consanguíneos sobre mí desde que tengo uso de razón, venía fumando desde hacía cincuenta y nueve años. Y si a eso le sumamos las bocanadas que seguro mi padre expulsó sobre mi progenitora durante los nueve meses de embarazo… ¡Cómo no pensar en por qué aún no estaba muerta! Me vino a la mente una sola respuesta: es que la mayoría de las veces, las cosas,simplemente, no encajan.


domingo, 28 de noviembre de 2010

Primera Cita

Llegué a las 8 y 20. Mi turno era y media. En frente una señora agarrada de una radiografía se sacudía sin conservar el menor compás. Una vez la pierna, como con escalofríos, otra los brazos con los codos ida y vuelta hacia afuera como un pájaro.Alternaba con un movimiento de cabeza hacia arriba, como sacándola de un agua imaginaria. Algo intermitente, impredecible, sin secuencia segura. Si la tuviera, pensé, tal vez podría hacer algo con ese cuerpo perpetuamente sacudido. Para nada. El hombre que estaba a mi lado roncaba. La cabeza hechada hacia atrás y la radiografía deslizada por sus piernas. ¡Qué espectáculo! Un muchacho entró en el consultorio 21. El mío era el 22. Se abrió la puerta y alguien salió ligero, sin permitirme un exámen entretenido que hiciera pasar el tiempo. La puerta quedó abierta y yo sin saber qué hacer. Indiferente, la señora-pájaro convulsionaba a unos metros, más allá de todo y de todos. Tal vez sólo por el ánimo de no mirarla más me levanté y me asomé por el vano de la puerta. ¿Puedo pasar ya? Le dije sintiéndome un poco estúpida. Si, contestó, la puerta está abierta. Sonó como un aviso del más allá. La puerta abierta era una señal a la que yo, desprevenida de los códigos del lugar, había fallado en responder, al menos de forma inmediata. Primera vez que viene? dijo. Si, contesté con millones de puntos suspensivos en la cabeza. Logré pensarme como una estúpida completa sin esfuerzo. Un compás de espera se materializó en el espacio. Me toca hablar, seguro. Y dije: vengo para que me ayude a dejar de fumar. Contesté a cada una de las preguntas básicas haciendo honor a la verdad y cada verdad me volvía un cadáver. ¿Cómo es que aún no estoy muerta? Es probable que él haya pensado lo mismo pero sin demostrarlo. A fuerza de ver estúpidos como yo había adquirido una indeleble cara de póker. Algo de buen samaritano también, como quien perdona nuestros pecados, enumeró las reglas: no fume en la habitación ni en el auto. Tome mucha agua mineral. No beba alcohol. Esta píldora -hizo la receta- , la toma con el desayuno. No desayuno, dije, tomo mate. No, no , no, coma alguna galleta. Lo de la galleta me hizo pensar que era extranjero. Seguía inspirando paz al decir: le va a dar temblores, insomnio, náuseas, mareos, pero no se asuste. Yo no me asustaba, sumaba. Sumaba lo que sé que me pasa cuando no fumo, las veces que lo intenté: ira, odio, enojo, ganas de matar a cualquiera. La cuenta, a la que se le agregaba los temblores etc. no se mostraba saludable. Indicaciones y receta en mano fuí hacia la calle. Prendí un cigarrillo. Al llegar al departamento delimité las zonas libres de humo y el área de fumadores, igual a los policías que marcan el espacio en que se cometió un asesinato. Aunque experimentaba también la sensación de implementar el crimen perfecto: a nadie le dije lo que planeo ni la forma de hacerlo. Tomo la píldora a escondidas. Llevo la cuenta de los cigarrillos permitidos. Temo ser descubierta, que algo me delate. No estoy dispuesta a declarar en mi contra. No quiero que me asedien o pidan explicaciones si fracaso. Hoy es el día tres. Contra los presagios no tiemblo y dormí como un chancho. El atado está lejos. Pero pienso el día entero en él. Como una boba pensaría en el príncipe azul. Lo manoseo. Constato que todavía quedan muchos por fumar o muchos no fueron fumados. Debo ver a mi cómplice el próximo jueves, y todos los restantes hasta concretar el hecho. Ya conozco nuestra señal: la puerta estará abierta ...