miércoles, 8 de diciembre de 2010
Haga una vida normal
Así dijo la técnica cuando me enseñó a usar el aparatito que me oprimiría el brazo durante veinticuatro horas a fin de medirme la presión. Si alguna vez esto le ha pasado a alguien sabrán que no es cómodo. No es cómodo tener una tela áspera oprimiéndole a una el brazo, más una goma lo suficiente gruesa y bien visible, saliendo de la tela, y enroscándose por el cuello con aspecto de ""víbora" domesticada, que luego de algunas vueltas, se continúa hasta enchufarse dentro de un instrumento negro y chismoso colgado con un arnés, alrededor de la cintura. "Cuando comience el proceso - dijo, y ya "proceso" me puso la piel de gallina- deja de hacer lo que está haciendo y se queda quieta, si no, la toma no sirve y empieza otra vez".¿Cómo puede una hacer una vida normal con eso puesto? Así comenzó el chequeo, y así comenzó mi día en plena calle: en el momento menos pensado el brazo sufría la opresión de la tela hasta un grado próximo a una explosión. Como en el juego de las estatuas -si, ya se que eso es antiguo -, la tela se inflaba, y debía quedarme quieta con el brazo colgando y la mano flojita el tiempo que durara "el proceso". Tiempo qe se hacía una eternidad por la mirada sorprendida de la gente que pasaba a mi lado y seguro, imaginaba que yo sufría de alguna tara. Paraba el colectivo y no subía, la tara-estatua se ponía en funcionamiento. Llamaba el ascensor: más tara-estatua. El tren abría sus puertas y yo, en el andén, estropeando el paso de los demás: tara-estatua. O sea que la vida normal se reducía a pensarme y verme como una tarada impedida de hacer lo que tenía pensado hacer en el momento justo en que debería estar haciéndolo pero no lo hacía. Pero eso no fue todo, debía escribir además cualquier cosa que hiciera sin estar en estado de reposo. "Si fuma lo anota", me dijo. No, si no me iba a salvar. Cada vez que escribía "fumo" me imaginaba arrodillada en un confesionario ante un cura amonestándome: "Ah, ¿fuma? trescientos padrenuestros y tres mil avemarías rezados de rodillas sobre clavos oxodados" . Está de más decir que algunos "fumo" no los anoté. Y que al contar los cigarrillos fumados decidí terminar mi relación con "Galleta". Algo no andaba bien. Las veinticuatro horas de ese "día de vida normal" iban a arrojar una presión por las nubes, encerrada en unos inmensos paréntesis que abarcaban desde: levemente alterada a alteración profunda, escrito con letra temblorosa. ¡Un robot me vigiló por dentro, despierta y dormida, grabando mis pensamientos traducidos a números! ¡Vamos! ¿Quién podría tener una presión normal después de eso? ¡No me jodan!
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