sábado, 4 de diciembre de 2010
Dia 7 por la mañana
Los siete primeros días como se habrá notado, no fueron fáciles, sin embargo yo me sentía casi una triunfadora. Aunque aún no lograba entender cómo sufría tanto si después de todo fumaba una cantidad que hubiera matado a cualquiera, y cómo con el transcurrir del día veinte cigarrillos podrían significar "nada". No obstante mis expectativas se vieron satisfechas al pensar que por la mañana vería a mi psicóloga y por la noche a Galleta. Ambos acontecimientos se me antojaban como encontrarle la cuarta pata a una silla, para que fuera una silla; para que tuviera el equilibrio necesario; en definitiva para que sirviese como tal. Era lo que se dice una persona esperanzada que había tomado una decisión y pensaba, que pensaba llevarla a cabo contra viento y marea. El viento comenzó a soplar ni bien comenzó la sesión. Detallé día por día mis intentos, mis descubrimientos sobre cómo fumaba, las maniobras que hacía, los artefactos que inventaba y dije sobre todo, que escribir había resultado en no fumar. Cosa que no había ocurrido hasta ahora. Al fin de cuentas, hablé de cómo todo transcurría sobre un fondo de alegría no experimentada antes. (Antes era con mi escritorio cubierto de ceniza por todos lados, y los ceniceros repletos de colillas, como si fuera la oficina de un detective privado). Esperaba que apareciera la cuarta pata que sostendría lo que a veces tambaleaba frente a tremenda empresa, o sea: yo. Pero, en fin, a veces las cosas no suceden como uno espera. Luego de los silencios acostumbrados, seguidos al recuento de cada pormenor de la batalla antitabaco, el ventarrón dijo: dijo lo peor. Lo que no hubiera deseado escuchar. "Pero usted, con todas esas cosas lo único que está haciendo es EVITAR DEJAR DE FUMAR. "¿Y yo encima le pago para que me diga estas cosas? ¿Para que borre mis ilusiones? ¡No valore mis sacrificios!" Pero, ¿qué quiere esta mujer? ¿arrojarme en los brazos de un cáncer? Y esto lo digo porque por si fuera poco a lo anterior siguió: "Vaya a un grupo porque usted sola no va a poder". O sea que yo además de evitar dejar de fumar, o sea de querer seguir fumando, me había convertido en una idiota que me hacía trampa y además, no iba a poder si estaba sola. Con una mano en el corazón: ¿cuántas personas pueden aguantar esto sin mandar a su psicóloga a la concha de la lora? O de su madre. Una, yo, le pagué como siempre y me fui. Enojada, muy enojada, enojadísima. Conmigo, con ella, con las tabacaleras, con el mundo...Ese fin de semana volvía a fumar mis dos atados de costumbre. Atados, pensaba, a mi pronta muerte.
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