Como Morir Con Alegria
miércoles, 23 de marzo de 2011
Y después no quieren que uno sea una madre judía
La llamé por teléfono, por supuesto, después de que mi hijo me aviso de la explosión de la bomba: - Llamó Ceci para decir que está bien.-¿y por qué no iba a estarlo? me dije sin haber escuchado la noticia. Me dice que está bien y si no está bien? He aquí la tragedia. La tragedia que me dice que si bien yo no soy una madre judia por Ley (se dirá así?) Yo SIENTO COMO UNA MADRE JUDIA. Y ni bien me atendió, le pregunté : ¿Nena, estás bien? Una madre judia tiene que escuchar a su hija. No se deja llevar por comentarios. Hay que estar presente. Bien presente y oir con sus propias orejas que la nena está bien. Si no, no sólo no se es una madre judia, sino tampoco una madre. Y cuando mi hijo me explicó lo que había ocurrido (si, mi hijo que potencia mi estado de madre), se me aflojaron las piernas, se me torció el paraguas, los pies se clavaron en el charco que ya no me importaba esquivar, y la lluvia me mojó por todos lados, anunciando que eso no era un sueño. Atiné a entrar en el primer café y me senté junto a la ventana. A mirar sin ver a través del vidrio. Las manos sobre el libro que no leía. Con la cabeza en Medio Oriente. Y sólo después del café, me di cuenta de que lloraba. Y recién cuando lloraba pensé en cuántos habrían muerto. Cuántos iban a llamar a celulares que no contestaran. Me soné los mocos. Marqué:03972 ... y ella dijo "Maadree..."
martes, 22 de marzo de 2011
Yo me pregunto...
Yo me pregunto, hija, y me lo pregunto hoy, de regreso de mis compras habituales. Y me lo pregunto hoy, con treinta y tres grados de calor. Sí, hoy, día en el que acabo de comprar un montón de cosas que no necesito pero eran de mi talle. (Estoy convencida de que la vendedora cometió abuso, de lo contrario, ¿es posible entrar por una remerita y salir del negocio con una campera? ¿Y con un pantalón rojo? ¿Y dos remeras -una verde manzana- porque el precio convenía a dos por una? ) ¿Por qué , me pregunto, por qué corno te fuíste a vivir tan lejos? ¿Te das cuenta de lo que significa hacer una valija para viajar a Medio Oriente? ¿Te imaginás lo que implica mi vida en un probador, donde el espejo te queda tan cerca que se empaña ensechándote, mientras se forcejea con cierres y botones y dudo si lo que logré calzarme es adecuado para el desierto? ¿No era mejor Bolivia o Brasil? ¡Veinticuatro horas de viaje! ¡Cómo se te ocurríó! ¡Y encima tengo que pensar en cómo vestirme para el avión! Algo que no me apriete la panza ni los pies... porque la vejez, querida mía, además de avejentarte te hincha. Hay que vivirlo para saberlo. Y además ¿Dónde me siento? No dejo de calcular cuántas veces voy a levantarme para ir al baño. ¿Ventanilla o pasillo? ¿Pasillo o ventanilla? En el fondo se trata de decidir entre molestar o que la molesten a una. Y no se me ocurre nada más injusto que contar cuántas veces me levanto para ir al baño por noche a fin de no terminar en un ta, te, ti... ¿Era necesario? ¡Y cuántas veces me obligué a mirarme al espejo en la última semana! ¿No te acordás que ojos que no ven corazón que no siente? No señor, estar allá, podrá ser muy auténtico de tu parte, muy interesante, muy aventurero, muy elogiable por todo lo que estás haciendo... Pero no tiene nada de justo connmigo. A pocos días del embellecimiento, se me cayeron bastantes pestañas, y el pelo, si, los famosos mechones blancos, esos, a los que una sola mirada hicieron exclamar al el peluquero:
- No se preocupe, lo que pasa es que les falta humectación...- viéndolos un poquitín erguiditos, separados, como enojados con el resto de mi cabeza.
¿Humectación? ¡A estos no los humecta ni los bomberos de la Boca! Prefiero no pensar pero, aunque al principio no quise reconocerlo, y mucho menos confesártelo, se que quedaron un tanto chamuscados... si, quemaditos, como decirte... tostados pero sin perder su blanco. Pero no me desanimo eh... Por algo dicen que todo tiene solución. Siempre habrá a mano alguna guillotina amiga. Soy consecuente: nada de tragediar. Algo haré con el pantalón liviano, pero bien, bien de nylon, lleno de bolsillos que imaginé ideal para transitar Tierra Santa y que temo ni siquiera sirvan para una cacería. ¿No es cierto que la muy reventada se abusó de mi cara de desesperación? Hay gente mala. Pasando a otra cosa, ¿me avisás cuánto tiempo se puede permanecer frente al muro de los lamentos sin llamar la atención?
- No se preocupe, lo que pasa es que les falta humectación...- viéndolos un poquitín erguiditos, separados, como enojados con el resto de mi cabeza.
¿Humectación? ¡A estos no los humecta ni los bomberos de la Boca! Prefiero no pensar pero, aunque al principio no quise reconocerlo, y mucho menos confesártelo, se que quedaron un tanto chamuscados... si, quemaditos, como decirte... tostados pero sin perder su blanco. Pero no me desanimo eh... Por algo dicen que todo tiene solución. Siempre habrá a mano alguna guillotina amiga. Soy consecuente: nada de tragediar. Algo haré con el pantalón liviano, pero bien, bien de nylon, lleno de bolsillos que imaginé ideal para transitar Tierra Santa y que temo ni siquiera sirvan para una cacería. ¿No es cierto que la muy reventada se abusó de mi cara de desesperación? Hay gente mala. Pasando a otra cosa, ¿me avisás cuánto tiempo se puede permanecer frente al muro de los lamentos sin llamar la atención?
sábado, 19 de marzo de 2011
Miedos
-¿De qué tiene miedo?- me preguntó
Y yo contesté a borbotones: "de no llegar a tomar el avión, de querer bajarme en medio del vuelo, de no llegar a tiempo para el trasbordo por tantas vueltas que pueda dar para encontrar la puerta, de las tormentas y pozos de aire que hicieran temblar la máquina allá en lo alto, entre las nubes, de sentir tanto miedo que no quiera abordar el avión de vuelta, de no querer regresar, de estar sola, de perderme, de no ser yo siéndolo".
Y yo contesté a borbotones: "de no llegar a tomar el avión, de querer bajarme en medio del vuelo, de no llegar a tiempo para el trasbordo por tantas vueltas que pueda dar para encontrar la puerta, de las tormentas y pozos de aire que hicieran temblar la máquina allá en lo alto, entre las nubes, de sentir tanto miedo que no quiera abordar el avión de vuelta, de no querer regresar, de estar sola, de perderme, de no ser yo siéndolo".
viernes, 18 de marzo de 2011
Estoy agotada
Estoy agotada por mi exclusiva culpa. Pendiente del viaje, salgo a recorrer, en cambio de temporada, regalos, ropa cómoda (aclaración: ropa cómoda es la que consiga ponerme sin enredar la tela en mi cuello provocando un principio de asfixia para al instante intentar sacarla con equivalente esfuerzo) y escuchar a la vendedora:
-Yyyyyyyyyyyyyy.... ¿cómo fueeeee? -sin alterarse al ver mi cara morada y un charco de sudor en el probador.
- Mire que después se estiiiiraaaaa...
- Bueno, avíseme cuando se estire y yo vuelvo. Gracias.
Algunas tardes las desaproveché viendo las etiquetas marcadas con talles 1. 2 y 3 en remeras del mismo tamaño. Otras, escuchando, al mirar mi prominente estómago (¿cómo habrá sucedido esto?) una voz impregnada en lástima:
- No, lo siento seññññora, nos quedaron sólo talles chicos...- ¡Mentirosa profunda, nunca tuviste nada más grande que esto, se nota en tu mirada! ¡Nunca viste una panza! Acá entran exclusivamente desnutridas de veinte años!!!!!!!!!
Pero yo me niego, me niego a pisar esos negocios que llaman "boutique" en donde las prendas son de talle 4,5 y 6, anchos y largos, deformados antes de empezar a vivir en el cuerpo de alguien, con dorados, brillos y bordados. ¿Que les pasa a los diseñadores de esa ropa? No pretendo elegir una remerita sin espalda o con florcitas escocesas, pero tampoco convertirme en una viejaridícula caída del almanaque. La boutique es de la época de mi vieja. ¡Qué pasó con los talles 3! ¡Mi vieja siempre tuvo sesenta años! ¿Y yo ahora soy mi vieja? Mal que me pese. Pero estoy segura de que yo no quiero comportarme como mi vieja. En ningún sentido. Cuando camino por la calle y leo: "tenemos talles grandes" cruzo rápido para no tentarme, para no resignarme. Para no volverme mi vieja. Cualquier cosa antes que eso. Y entonces incursioné en la peluquería. Allí no es cuestión de talles. Y arremetí:
- Si, quiero hacerme manos, belleza de pies y ... ¿te parece que me quedaría bien unas mechitas rubias?
- ¿Rubías? -preguntó el peluquero al que yo no llamo estilista.
- Si, rubio bien claro.- Mechones, pocos, dos o tres y desparramados. (Aún hoy no sé de dónde me vino la idea). Pero en el horizonte veo a mi vieja dejarse el pelo totalmente blanco luego de un pronunciado: "voy a dejar de teñirme". A los sesenta. Poco tiempo después de la muerte de mi abuela. Si, las madres son siempre rigurosamente una tragedia, a veces más, a veces menos. Y lo peor de todo, es que si uno quiere tener hijos, no le queda más remedio que convertirse en una. Y ya que es inevitable ser la madre de mi hija trato de esquivar con mayor o menor suerte el hecho de "tragediar" ni "tragediarme" ni "tragediarla". Expresión recientemente inventada para guiar el rumbo de nuestra relación hacia aires más saludables.
Es probable que el peluquero haya pensado en hacerme un "batido". Pero puso manos a la obra sabiendo que nada podría convencerme de lo contrario. Tampoco es que se tiró de cabeza a realizar el experimento, si no que le dijo a la manicura que empezara conmigo, tal vez albergando el deseo de que el tiempo me hiciera reflexionar. Decidida como me encontraba a no ser mi madre, elegí el pintado de uñas a la francesa (rosa con borde blanco) y para la belleza de pies una florcita en la uña del dedo gordo. Precioso. Y eso no fue todo. En pleno aburrimiento, al inmovilizar manos y pies para el secado, observé que una clienta fue volcada hacia atrás en el asiento, como si fuera a parir. (¿Tengo como una idea fíja, no?) En posición horizontal, el peluquero trabajaba sobre ella como un cirujano plástico:
- ¿Qué le está haciendo? -pregunté y lamenté mostrar tanta ignorancia en temas de embellecimiento.
- Le está poniendo pestañas -contestó la manicura eludiendo la palabra "postizas".
En resumen, cinco horas después salí de la peluquería con las mechas blancas, las uñas maravillosas, las florcitas en los pies y un montón de pestañas nuevas y arquedas enganchadas en las cejas. ¿No es divino? Si voy a ser una vieja ridicula, lo voy a hacer a mi manera. Y lo voy a ser a mi manera hasta tanto, la bendición, por así decirlo, me deslice de madre a abuela. Y ya abuela es otra cosa. Una ya se relaja.
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-Yyyyyyyyyyyyyy.... ¿cómo fueeeee? -sin alterarse al ver mi cara morada y un charco de sudor en el probador.
- Mire que después se estiiiiraaaaa...
- Bueno, avíseme cuando se estire y yo vuelvo. Gracias.
Algunas tardes las desaproveché viendo las etiquetas marcadas con talles 1. 2 y 3 en remeras del mismo tamaño. Otras, escuchando, al mirar mi prominente estómago (¿cómo habrá sucedido esto?) una voz impregnada en lástima:
- No, lo siento seññññora, nos quedaron sólo talles chicos...- ¡Mentirosa profunda, nunca tuviste nada más grande que esto, se nota en tu mirada! ¡Nunca viste una panza! Acá entran exclusivamente desnutridas de veinte años!!!!!!!!!
Pero yo me niego, me niego a pisar esos negocios que llaman "boutique" en donde las prendas son de talle 4,5 y 6, anchos y largos, deformados antes de empezar a vivir en el cuerpo de alguien, con dorados, brillos y bordados. ¿Que les pasa a los diseñadores de esa ropa? No pretendo elegir una remerita sin espalda o con florcitas escocesas, pero tampoco convertirme en una viejaridícula caída del almanaque. La boutique es de la época de mi vieja. ¡Qué pasó con los talles 3! ¡Mi vieja siempre tuvo sesenta años! ¿Y yo ahora soy mi vieja? Mal que me pese. Pero estoy segura de que yo no quiero comportarme como mi vieja. En ningún sentido. Cuando camino por la calle y leo: "tenemos talles grandes" cruzo rápido para no tentarme, para no resignarme. Para no volverme mi vieja. Cualquier cosa antes que eso. Y entonces incursioné en la peluquería. Allí no es cuestión de talles. Y arremetí:
- Si, quiero hacerme manos, belleza de pies y ... ¿te parece que me quedaría bien unas mechitas rubias?
- ¿Rubías? -preguntó el peluquero al que yo no llamo estilista.
- Si, rubio bien claro.- Mechones, pocos, dos o tres y desparramados. (Aún hoy no sé de dónde me vino la idea). Pero en el horizonte veo a mi vieja dejarse el pelo totalmente blanco luego de un pronunciado: "voy a dejar de teñirme". A los sesenta. Poco tiempo después de la muerte de mi abuela. Si, las madres son siempre rigurosamente una tragedia, a veces más, a veces menos. Y lo peor de todo, es que si uno quiere tener hijos, no le queda más remedio que convertirse en una. Y ya que es inevitable ser la madre de mi hija trato de esquivar con mayor o menor suerte el hecho de "tragediar" ni "tragediarme" ni "tragediarla". Expresión recientemente inventada para guiar el rumbo de nuestra relación hacia aires más saludables.
Es probable que el peluquero haya pensado en hacerme un "batido". Pero puso manos a la obra sabiendo que nada podría convencerme de lo contrario. Tampoco es que se tiró de cabeza a realizar el experimento, si no que le dijo a la manicura que empezara conmigo, tal vez albergando el deseo de que el tiempo me hiciera reflexionar. Decidida como me encontraba a no ser mi madre, elegí el pintado de uñas a la francesa (rosa con borde blanco) y para la belleza de pies una florcita en la uña del dedo gordo. Precioso. Y eso no fue todo. En pleno aburrimiento, al inmovilizar manos y pies para el secado, observé que una clienta fue volcada hacia atrás en el asiento, como si fuera a parir. (¿Tengo como una idea fíja, no?) En posición horizontal, el peluquero trabajaba sobre ella como un cirujano plástico:
- ¿Qué le está haciendo? -pregunté y lamenté mostrar tanta ignorancia en temas de embellecimiento.
- Le está poniendo pestañas -contestó la manicura eludiendo la palabra "postizas".
En resumen, cinco horas después salí de la peluquería con las mechas blancas, las uñas maravillosas, las florcitas en los pies y un montón de pestañas nuevas y arquedas enganchadas en las cejas. ¿No es divino? Si voy a ser una vieja ridicula, lo voy a hacer a mi manera. Y lo voy a ser a mi manera hasta tanto, la bendición, por así decirlo, me deslice de madre a abuela. Y ya abuela es otra cosa. Una ya se relaja.
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Esto del viaje...
Esto del viaje ha removido mis antecedentes nueuróticos. No estoy segura si por no hablar de la caída del avión, mis asociaciones en análisis se presentaron con la siguiente secuencia: Israel, judios... y, "yo siempre quise ser judía". Cosa que por cierto hija vos ya sabías y razón por la cual estás ahora allá. Bueno, seguramente esa no será la razón pero mi mente me ha llevado muchas veces a pensarlo así. Lo que aún no tiene respuesta es ¿por que alguien -para el caso yo- querría ser judia? Esto agregaría un caso más a los que describe Birmajer. No se trata de simpatizar, como él dice. Se trata de querer ser. Muy complicado. Conozco mucha gente que "no quiere serlo" y eso tampoco tiene para mi ninguna explicación. Cuando me topé con ellos pensé: "dios le da pan al que no tiene dientes". Que es lo más cercano que encontré a una respuesta. La intervención que recibí en mi análisis fue:
- Bueno, sea judía!
No se puede. No se puede ser judía como se es de River o vegetariana. No puede uno levantarse a la mañana siendo judía. O exclamar mirando el sol "este es un lindo día para ser judía. " De una manera tonta me gusta pensar que la respuesta tal vez esté en este viaje. Lo más curioso de la frase "yo siempre quise ser judía" y lo que debe tener que ver con la respuesta es: ¿siempre? ¿Siempre que, qué?
- Bueno, sea judía!
No se puede. No se puede ser judía como se es de River o vegetariana. No puede uno levantarse a la mañana siendo judía. O exclamar mirando el sol "este es un lindo día para ser judía. " De una manera tonta me gusta pensar que la respuesta tal vez esté en este viaje. Lo más curioso de la frase "yo siempre quise ser judía" y lo que debe tener que ver con la respuesta es: ¿siempre? ¿Siempre que, qué?
Del dicho al hecho...
Del dicho al hecho hay mucho trecho y ese trecho suele estar demasiado accidentado. Si no fuera por esto, el dicho y el hecho serían una sola y misma cosa. Una manera de decirte, hija, que aún sigo fumando. Aunque se que te desilusiono un poco. El horror al peso que marca la balanza me decidió a ordenar las cuestiones a las que en apariencia les doy privilegio: primero bajar algunos kilos y después, bajar a 0 los cigarrillos. ¿Es esto un fracaso? Evidentemente sí. ¿Y qué? Hagamos este ejercicio: ¿no somos todos fracasados? ¿Yo tenía un montón de seguidores que vivián minuto a minuto mi cesación tabáquica? Acaso me iba a convertir en la manager del antipucho? ¿Millones iban a dejar de fumar porque yo lo lograra? No, nada de eso. Sólo yo y mi conciencia. O mis radiografías. Si hay algo en lo que sí soy una campeona es en engañarme. Pero no existe algo tan aterrador como confirmar la sentencia de los que dicen saber sobre esto:
- Si deja de fumar tenga presente que se aumentan entre cinco y ocho kilos.
O muero de cáncer de pulmon o muero de gorda. Pero lo triste es que voy a morir de las dos cosas ya que la aguja de la balanza no baja. Y me digo: "¿cómo es posible si yo me cuido? La mera pregunta indica que uno no lleva registro de lo que hace para no bajar. Se entiende entonces que en el famoso trecho, uno no se registra. No está o se hace el distraído. Moraleja: todo es una cuestión de distancia entre lo que uno hace y donde uno está (generalmente diciendo pavadas). Y por el momento, la única distancia que voy a recorrer es Buenos Aires - Israel. Gran sabio el que inventó el dicho. Lástima que en el presente la idea de que el avión se va a caer en pleno vuelo y conmigo adentro me hace imaginar una nueva manera de morir: gorda, tabáquica y preguntándole a mi compañero de vuelo -mientras caemos en picada-: Disculpe que lo moleste pero, ¿tiene fuego?
- Si deja de fumar tenga presente que se aumentan entre cinco y ocho kilos.
O muero de cáncer de pulmon o muero de gorda. Pero lo triste es que voy a morir de las dos cosas ya que la aguja de la balanza no baja. Y me digo: "¿cómo es posible si yo me cuido? La mera pregunta indica que uno no lleva registro de lo que hace para no bajar. Se entiende entonces que en el famoso trecho, uno no se registra. No está o se hace el distraído. Moraleja: todo es una cuestión de distancia entre lo que uno hace y donde uno está (generalmente diciendo pavadas). Y por el momento, la única distancia que voy a recorrer es Buenos Aires - Israel. Gran sabio el que inventó el dicho. Lástima que en el presente la idea de que el avión se va a caer en pleno vuelo y conmigo adentro me hace imaginar una nueva manera de morir: gorda, tabáquica y preguntándole a mi compañero de vuelo -mientras caemos en picada-: Disculpe que lo moleste pero, ¿tiene fuego?
martes, 18 de enero de 2011
Disciplina
Se me dice que debo conseguir la disciplina de escribir todos los días. Caso contrario, los que saben de esto, atestiguan que dejarán de leerme. Me pregunto si tendré algo para decir todos los días. Y la respuesta es que no me animo a escribir aquello de lo que se trata. Aquello de lo que se trata todos los días. Por no querer herir susceptibilidades. Por no desnudarme o no desnudar mi cabeza. No dejar al descubierto los mambitos que me rondan y atraviesan. Tal vez lo más notorio, entre otros mambos, es lo que me pasa con la gente. Me adapto muy fácilmente. Razón por la cual tanto puedo estar en un camping a mate y galletitas o en un boliche espectacular a donde va la gente linda y rica. Y ojo que no dije "feliz". La felicidad es otra cosa, aunque no pueda precisar aún de qué se trata.
Además me siento atraída por los pequeños detalles. Sin ir más lejos hace algunas noches compartí una cena diviiiina con gente que no hace nada. Y además lo dice. ¿No es encantador? "Y vos a qué te dedicás?" Le pregunté a la divina que se encontraba compartiendo la mesa enfrente de mi. "Camino siete kilómetros por día, voy al gimasio, y tomo té verde y clases de chino", me contestó. (Y hubieran visto ustedes la languidez con que lo dijo.) "Ahh", respondí. Algo había que decir. La mayoría de las veces, a mi pesar y contra lo que me enseña la experiencia, no me hago caso y sigo preguntando. Es como una manía. "Chino, mirá vos...¿y cómo se te ocurrió? Dudó unos instantes y traté de que no se notara mi turbación. Era obvio que otra divina no hubiera preguntado eso. Estudiar chino es lo más común del mundo. Es como tomar te verde todo el día.
Otra manía es ponerme en el lugar del otro, rápidamente: Si yo tomara té verde todo el día sólo podría caminar siete kilómetros con una escupidera atada a la cintura. Aparté esa imagen de mi misma tan detestable para escucharla decir: "Es como un desafío". "Me atraen los desafíos". Y ahí se quedó. Yo me quedé esperando. Esperando ver que seguía, pero no dijo nada más. Esa era toda la historia. Y yo dije: ¡Ahhhh! Y dije "ahhh", observando las manos del marido que habían pasado por la manicura y ofrecían unas uñas arregladitas y esmaltadas. "Ahh" les dije a las uñas como si me hubieran hablado. Y enseguida disimulé, como si se tratara de una simple repetición ofrecida a la maravillosa y lánguida historia. (A la vez que escondía mis manos bajo las servilletas.) Un consejo: recomiendo el "ahh" para esas circunstancias, en lugar del "¿Y?" De uso frecuente en los campamentos cuando uno toma mate con galletitas. Y seguro hay algún baño cerca. Pero lo mío no es prejuicio. Es adpatación simultánea a la sorpresa. Ejemplo, cuando el marido, entre otras cosas, dijo: "Mañana me tengo que levantar temprano". Mi, no se cómo llamarlo y sin esmalte, preguntó: "¿Tenés que trabajar? "No." Contestó él, sin decir más. ¿No es lánguido?
Hacia la mitad de la noche no faltó la pregunta: "¿Cómo vas con el cigarrillo?" Sin poder evitarlo me explayé sobre reflexiones del "sin novedad". "A mi me ayudó tener un problema de salud", comentó. (Tampoco se debe estirar la cabeza hacia adelante, cual una tortuga enfrentada a un zapallito, a falta del "¿Y?" o a fin de evitar el consabido "Ah"). En síntesis: hay que esperar a que la frase, debilitada ya desde el comienzo, decaiga por su cuenta y no forzarla a seguir. Y esto no significa que no hayamos conversado, al contrario, nosotros dos hablamos hasta por los codos. Pero ya aprendí: El té verde, pero verde de verdad, se compra sólo en el barrio chino.
Además me siento atraída por los pequeños detalles. Sin ir más lejos hace algunas noches compartí una cena diviiiina con gente que no hace nada. Y además lo dice. ¿No es encantador? "Y vos a qué te dedicás?" Le pregunté a la divina que se encontraba compartiendo la mesa enfrente de mi. "Camino siete kilómetros por día, voy al gimasio, y tomo té verde y clases de chino", me contestó. (Y hubieran visto ustedes la languidez con que lo dijo.) "Ahh", respondí. Algo había que decir. La mayoría de las veces, a mi pesar y contra lo que me enseña la experiencia, no me hago caso y sigo preguntando. Es como una manía. "Chino, mirá vos...¿y cómo se te ocurrió? Dudó unos instantes y traté de que no se notara mi turbación. Era obvio que otra divina no hubiera preguntado eso. Estudiar chino es lo más común del mundo. Es como tomar te verde todo el día.
Otra manía es ponerme en el lugar del otro, rápidamente: Si yo tomara té verde todo el día sólo podría caminar siete kilómetros con una escupidera atada a la cintura. Aparté esa imagen de mi misma tan detestable para escucharla decir: "Es como un desafío". "Me atraen los desafíos". Y ahí se quedó. Yo me quedé esperando. Esperando ver que seguía, pero no dijo nada más. Esa era toda la historia. Y yo dije: ¡Ahhhh! Y dije "ahhh", observando las manos del marido que habían pasado por la manicura y ofrecían unas uñas arregladitas y esmaltadas. "Ahh" les dije a las uñas como si me hubieran hablado. Y enseguida disimulé, como si se tratara de una simple repetición ofrecida a la maravillosa y lánguida historia. (A la vez que escondía mis manos bajo las servilletas.) Un consejo: recomiendo el "ahh" para esas circunstancias, en lugar del "¿Y?" De uso frecuente en los campamentos cuando uno toma mate con galletitas. Y seguro hay algún baño cerca. Pero lo mío no es prejuicio. Es adpatación simultánea a la sorpresa. Ejemplo, cuando el marido, entre otras cosas, dijo: "Mañana me tengo que levantar temprano". Mi, no se cómo llamarlo y sin esmalte, preguntó: "¿Tenés que trabajar? "No." Contestó él, sin decir más. ¿No es lánguido?
Hacia la mitad de la noche no faltó la pregunta: "¿Cómo vas con el cigarrillo?" Sin poder evitarlo me explayé sobre reflexiones del "sin novedad". "A mi me ayudó tener un problema de salud", comentó. (Tampoco se debe estirar la cabeza hacia adelante, cual una tortuga enfrentada a un zapallito, a falta del "¿Y?" o a fin de evitar el consabido "Ah"). En síntesis: hay que esperar a que la frase, debilitada ya desde el comienzo, decaiga por su cuenta y no forzarla a seguir. Y esto no significa que no hayamos conversado, al contrario, nosotros dos hablamos hasta por los codos. Pero ya aprendí: El té verde, pero verde de verdad, se compra sólo en el barrio chino.
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