Se me dice que debo conseguir la disciplina de escribir todos los días. Caso contrario, los que saben de esto, atestiguan que dejarán de leerme. Me pregunto si tendré algo para decir todos los días. Y la respuesta es que no me animo a escribir aquello de lo que se trata. Aquello de lo que se trata todos los días. Por no querer herir susceptibilidades. Por no desnudarme o no desnudar mi cabeza. No dejar al descubierto los mambitos que me rondan y atraviesan. Tal vez lo más notorio, entre otros mambos, es lo que me pasa con la gente. Me adapto muy fácilmente. Razón por la cual tanto puedo estar en un camping a mate y galletitas o en un boliche espectacular a donde va la gente linda y rica. Y ojo que no dije "feliz". La felicidad es otra cosa, aunque no pueda precisar aún de qué se trata.
Además me siento atraída por los pequeños detalles. Sin ir más lejos hace algunas noches compartí una cena diviiiina con gente que no hace nada. Y además lo dice. ¿No es encantador? "Y vos a qué te dedicás?" Le pregunté a la divina que se encontraba compartiendo la mesa enfrente de mi. "Camino siete kilómetros por día, voy al gimasio, y tomo té verde y clases de chino", me contestó. (Y hubieran visto ustedes la languidez con que lo dijo.) "Ahh", respondí. Algo había que decir. La mayoría de las veces, a mi pesar y contra lo que me enseña la experiencia, no me hago caso y sigo preguntando. Es como una manía. "Chino, mirá vos...¿y cómo se te ocurrió? Dudó unos instantes y traté de que no se notara mi turbación. Era obvio que otra divina no hubiera preguntado eso. Estudiar chino es lo más común del mundo. Es como tomar te verde todo el día.
Otra manía es ponerme en el lugar del otro, rápidamente: Si yo tomara té verde todo el día sólo podría caminar siete kilómetros con una escupidera atada a la cintura. Aparté esa imagen de mi misma tan detestable para escucharla decir: "Es como un desafío". "Me atraen los desafíos". Y ahí se quedó. Yo me quedé esperando. Esperando ver que seguía, pero no dijo nada más. Esa era toda la historia. Y yo dije: ¡Ahhhh! Y dije "ahhh", observando las manos del marido que habían pasado por la manicura y ofrecían unas uñas arregladitas y esmaltadas. "Ahh" les dije a las uñas como si me hubieran hablado. Y enseguida disimulé, como si se tratara de una simple repetición ofrecida a la maravillosa y lánguida historia. (A la vez que escondía mis manos bajo las servilletas.) Un consejo: recomiendo el "ahh" para esas circunstancias, en lugar del "¿Y?" De uso frecuente en los campamentos cuando uno toma mate con galletitas. Y seguro hay algún baño cerca. Pero lo mío no es prejuicio. Es adpatación simultánea a la sorpresa. Ejemplo, cuando el marido, entre otras cosas, dijo: "Mañana me tengo que levantar temprano". Mi, no se cómo llamarlo y sin esmalte, preguntó: "¿Tenés que trabajar? "No." Contestó él, sin decir más. ¿No es lánguido?
Hacia la mitad de la noche no faltó la pregunta: "¿Cómo vas con el cigarrillo?" Sin poder evitarlo me explayé sobre reflexiones del "sin novedad". "A mi me ayudó tener un problema de salud", comentó. (Tampoco se debe estirar la cabeza hacia adelante, cual una tortuga enfrentada a un zapallito, a falta del "¿Y?" o a fin de evitar el consabido "Ah"). En síntesis: hay que esperar a que la frase, debilitada ya desde el comienzo, decaiga por su cuenta y no forzarla a seguir. Y esto no significa que no hayamos conversado, al contrario, nosotros dos hablamos hasta por los codos. Pero ya aprendí: El té verde, pero verde de verdad, se compra sólo en el barrio chino.
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