viernes, 18 de marzo de 2011

Estoy agotada

Estoy agotada por mi exclusiva culpa. Pendiente del viaje, salgo a recorrer, en cambio de temporada, regalos, ropa cómoda (aclaración: ropa cómoda es la que consiga ponerme sin enredar la tela en mi cuello provocando un principio de asfixia para al instante intentar sacarla con equivalente esfuerzo) y escuchar a la vendedora:
-Yyyyyyyyyyyyyy.... ¿cómo fueeeee? -sin alterarse al ver mi cara morada y un charco de sudor en el probador.
- Mire que después se estiiiiraaaaa...
- Bueno, avíseme cuando se estire y yo vuelvo. Gracias.
Algunas tardes las desaproveché viendo las etiquetas marcadas con talles 1. 2 y 3 en remeras del mismo tamaño. Otras, escuchando, al mirar mi prominente estómago (¿cómo habrá sucedido esto?) una voz impregnada en lástima:
- No, lo siento seññññora, nos quedaron sólo talles chicos...- ¡Mentirosa profunda, nunca tuviste nada más grande que esto, se nota en tu mirada! ¡Nunca viste una panza! Acá entran exclusivamente desnutridas de veinte años!!!!!!!!!
Pero yo me niego, me niego a pisar esos negocios que llaman "boutique" en donde las prendas son de talle 4,5 y 6, anchos y largos, deformados antes de empezar a vivir en el cuerpo de alguien, con dorados, brillos y bordados. ¿Que les pasa a los diseñadores de esa ropa? No pretendo elegir una remerita sin espalda o con florcitas escocesas, pero tampoco convertirme en una viejaridícula caída del almanaque. La boutique es de la época de mi vieja. ¡Qué pasó con los talles 3! ¡Mi vieja siempre tuvo sesenta años! ¿Y yo ahora soy mi vieja? Mal que me pese. Pero estoy segura de que yo no quiero comportarme como mi vieja. En ningún sentido. Cuando camino por la calle y leo: "tenemos talles grandes" cruzo rápido para no tentarme, para no resignarme. Para no volverme mi vieja. Cualquier cosa antes que eso. Y entonces incursioné en la peluquería. Allí no es cuestión de talles. Y arremetí:
- Si, quiero hacerme manos, belleza de pies y ... ¿te parece que me quedaría bien unas mechitas rubias?
- ¿Rubías? -preguntó el peluquero al que yo no llamo estilista.
- Si, rubio bien claro.- Mechones, pocos, dos o tres y desparramados. (Aún hoy no sé de dónde me vino la idea). Pero en el horizonte veo a mi vieja dejarse el pelo totalmente blanco luego de un pronunciado: "voy a dejar de teñirme". A los sesenta. Poco tiempo después de la muerte de mi abuela. Si, las madres son siempre rigurosamente una tragedia, a veces más, a veces menos. Y lo peor de todo, es que si uno quiere tener hijos, no le queda más remedio que convertirse en una. Y ya que es inevitable ser la madre de mi hija trato de esquivar con mayor o menor suerte el hecho de "tragediar" ni "tragediarme" ni "tragediarla". Expresión recientemente inventada para guiar el rumbo de nuestra relación hacia aires más saludables.
Es probable que el peluquero haya pensado en hacerme un "batido". Pero puso manos a la obra sabiendo que nada podría convencerme de lo contrario. Tampoco es que se tiró de cabeza a realizar el experimento, si no que le dijo a la manicura que empezara conmigo, tal vez albergando el deseo de que el tiempo me hiciera reflexionar. Decidida como me encontraba a no ser mi madre, elegí el pintado de uñas a la francesa (rosa con borde blanco) y para la belleza de pies una florcita en la uña del dedo gordo. Precioso. Y eso no fue todo. En pleno aburrimiento, al inmovilizar manos y pies para el secado, observé que una clienta fue volcada hacia atrás en el asiento, como si fuera a parir. (¿Tengo como una idea fíja, no?) En posición horizontal, el peluquero trabajaba sobre ella como un cirujano plástico:
- ¿Qué le está haciendo? -pregunté y lamenté mostrar tanta ignorancia en temas de embellecimiento.
- Le está poniendo pestañas -contestó la manicura eludiendo la palabra "postizas".
En resumen, cinco horas después salí de la peluquería con las mechas blancas, las uñas maravillosas, las florcitas en los pies y un montón de pestañas nuevas y arquedas enganchadas en las cejas. ¿No es divino? Si voy a ser una vieja ridicula, lo voy a hacer a mi manera. Y lo voy a ser a mi manera hasta tanto, la bendición, por así decirlo, me deslice de madre a abuela. Y ya abuela es otra cosa. Una ya se relaja.
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